[Smart city] Una reflexión sobre las escaleras mecánicas en Santander

Fuente: briega

El pasado mes de septiembre se celebró en Santander la Semana Europea de la Movilidad; una ocasión ideal para el Ayuntamiento de vestirse de verde y dárselas de ecologista. ¡Y es que una semana al año no hace daño! Mientras tanto, los que vivimos en la ciudad a diario nos seguimos intoxicando con los humos de los tubos de escape o sufriendo la falta de espacios verdes (reales, no esos parques repletos de cemento como el de las Llamas). Pero cuando hablamos de movilidad en Santander, no puede faltar el tema de las escaleras mecánicas. Así, son ya 18 millones de euros los que se han gastado en transporte vertical (escaleras mecánicas, rampas y ascensores). A los tramos existentes se sumarán, a principios del año que viene, otros tramos de escaleras mecánicas en la calle Enrique Gran y en la calle Valencia. Además está previsto la construcción de un ascensor que conectará la calle Jesús de Monasterio con la plaza de Juan José Ruano, en el Cabildo (con un coste de 1,5 millones de euros) y la licitación de las rampas y escaleras que unirán la Avenida del Faro y Valdenoja (1,9 millones de euros).

 

La realidad es que, desde hace una década aproximadamente, las escaleras mecánicas están cada vez más presentes en las calles de Santander. Pero más allá de la función básica e inmediata que cumplen (de transporte), hay que tener en cuenta que son un dispositivo tecnológico a disposición del modelo urbanístico impulsado por el Ayuntamiento (Smart City) que ha conllevado y conlleva una transformación importante de algunas calles de la ciudad. La geografía pindia de esta localidad hacen de ella un lugar ideal para que empresas como Thyssenkrupp amplíen su nicho de mercado. Dichas escaleras mecánicas no son, sin embargo, un producto exclusivo de este lugar. El negocio de los elevadores se propaga por numerosas ciudades, de las cuales Bilbao o Vigo son dos ejemplos significativos. En un momento en el que la administración santanderina sigue proyectando la mecanización de nuevas calles, con el texto que sigue, queremos aportar una mirada crítica a la cuestión.

 

Finales de agosto, un día soleado en Santander. Las conversaciones se agolpan entre las cuestas. Una persona mayor agradece en voz alta la existencia de una de estas escaleras. Es una más de las numerosas voces que podemos escuchar alabando esta tecnología urbana. Un movimiento vecinal santanderino copado totalmente por los partidos políticos; un tejido social y comunitario desmembrado; el sedentarismo creciente de nuestras sociedades “desarrolladas”; las enfermedades del sistema circulatorio como segunda principal causa de muerte en Cantabria; y el creciente aumento de personas que viven solas en sus hogares en el Estado español (un cuarto de la población, de las cuales la mitad tiene más de 65 años). Son algunos de los aspectos que pueden explicar la simpatía ante la proliferación de estas escaleras y ayudarnos a entender por qué subir una cuesta sin hacer mucho esfuerzo suponen un gran alivio en la vida cotidiana de muchas personas; mayores de edad, personas con movilidad reducida, personas con diversidad funcional…

 

Por ello no es de extrañar que estos colectivos sean los más utilizados como diana de marketing publicitario para justificar remodelaciones urbanísticas o implantar nuevos dispositivos tecnológicos por parte de ayuntamientos y empresas. Tomemos como ejemplo las declaraciones del Concejal de Medio Ambiente y Movilidad Sostenible, José Ignacio Quirós tras recibir el premio “Elevator World 2019”, en las que hacia hincapié en conectar los barrios y facilitar la movilidad de todos los vecinos. Por su parte, Darío Vicario, CEO del Grupo Thyssenkrupp para Iberia, destacaba que “en thyssenkrupp tenemos el objetivo de hacer de las ciudades los mejores lugares para vivir y de facilitar el día a día de sus ciudadanos”. Aunque es perfectamente comprensible el bienestar individual y cotidiano que pueden proporcionar estos aparatos a muchas personas, no debemos dejar de adoptar una visión crítica del papel que desempeñan dentro de una estructura urbana definida y modelada al antojo de la clase social dominante.

 

En unas jornadas contra la gentrificación, que tuvieron lugar en Vigo, organizadas por el colectivo Xentrificación Vigo (“Xornadas contra a especulación e a xentrificación na zona vella”), se señalaron las escaleras mecánicas como parte de las operaciones del Ayuntamiento para “embellecer” la ciudad; y, en consecuencia, contribuir al proceso de expulsión de las vecinas con rentas bajas de los barrios céntricos (muchas de ellas personas ancianas que viven solas). No hay que olvidar, por otro lado, que toda escalera mecánica que se inaugura va acompañada de un buen puñado de cámaras de vídeovigilancia, de tal manera que muchos lugares no vigilados hasta entonces pasan a estar bajo control. De ese modo, la ciudad va tomando un aspecto de centro comercial. Las escaleras mecánicas impulsan un espacio urbano en el que prima la movilidad constante y permiten canalizar a visitantes potencialmente consumidores, por encima del encuentro espontáneo entre habitantes.

 

Esta misma problemática de colonización capitalista de nuestras calles que se produce a nivel local, se extiende y exporta a nivel global. Thyssenkrupp es una de las empresas encargadas del mantenimiento de la escaleras, función crucial en la rentabilidad de este servicio. Obtuvo así 274.195 euros anuales de las arcas del Ayuntamiento de Santander por garantizar 24 horas de reparación de averías durante dos años, en el primer acuerdo conseguido en 2016. La construcción y el mantenimiento de estas instalaciones son un buena forma de ganar dinero, pero el negocio de la gentrificación no deja de ser la otra cara (aparentemente inofensiva) de otros negocios: el desarrollo militar, el control fronterizo y la seguridad. Así, esta multinacional de origen alemán es conocida por sus pelotazos de corrupción en el continente americano así como por la venta de submarinos de la clase Dolphin a la armada Israelí, pero en general, por ser uno de los gigantes de la exportación militar alemana a nivel global, financiada también por bancos como Caixa Bank o el Banco Santander, por poner solo algunos ejemplos.

 

No es difícil visibilizar la falsa neutralidad de estas iniciativas, ligadas siempre a planes europeos de movilidad sostenible, requisito de las smart cities para poder competir como ciudades atractivas en el ecocapitalismo verde vigente. Pero sí lo es visibilizar realidades que se opongan a estas medidas. No hay que olvidar que este modelo de ciudad tiene un transfondo neoliberal del tener que hacer todo solos y por nuestra cuenta. Así, es más fácil que una persona mayor suba las escaleras mecánicas en lugares como Valdenoja, por no tener otra opción. El aislamiento marca el camino. Sin embargo, en calles como San Sebastián, calle África o la cuesta de la Atalaya, son más posibles las alternativas a esta soledad autómata e hipertecnologizada que los promotores de la ciudad inteligente se encargan de vender. Tanto que no es difícil ver prácticas de apoyo mutuo tan básicas como vecinos jóvenes ayudando a subir bolsas de la compra en los portales a personas con movilidad reducida. La explicación es bastante sencilla y se traduce a nuestro entender en dos factores. En primer lugar porque en tales barrios hay gente que vive durante todo el año en el mismo lugar y, para bien o para mal, se conoce. En segundo lugar, porque aún quedan espacios de encuentro (aunque en proceso de extinción), sin grandes acumulaciones de personas que dan posibilidad de relacionare en el quehacer cotidiano, y no únicamente en el tiempo “libre” o de ocio. En definitiva, hasta las cuestas son un motivo importante en el que nos jugamos la manera de vivir en nuestros barrios, y por ello es necesario sacar este debate. ¿Realmente queremos vivir aisladas en un centro comercial a cielo abierto?

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