¿POBLACIÓN, OPULENCIA O TECNOLOGÍA? Por Dave Foreman y Laura Carroll

Tomemos, por ejemplo, a una hipotética mujer estadounidense que cambie su coche por uno con un consumo de combustible más eficiente, conduzca menos, recicle, instale bombillas más eficientes y sustituya su frigorífico y sus ventanas con otros modelos que ahorren energía. Los investigadores han descubierto que si tiene dos hijos su huella de carbono acabará siendo casi cuarenta veces mayor que la que haya evitado con dichas acciones.1

The New York Times

¿Recuerdan la fórmula científica de John Holdren y Paul Erlich, (I) Impacto = (P) Población x (A)[ii] Opulencia (consumo de recursos) x (T) Tecnología, o I=PAT? Hay quienes creen que disminuir la Opulencia es el modo de vivir dentro de la capacidad de carga[iii] y de reducir nuestro Impacto. Otros creen que la Tecnología puede hacer gran parte del milagro de mantener bajo el Impacto mientras crecemos en Opulencia y Población. Creen que la Tecnología puede aumentar la Opulencia y reducir el Impacto, de modo que no necesitamos tener en cuenta la Población. ¿Es la Tecnología la respuesta a nuestros problemas? Echemos un vistazo más detallado al asunto.

Cómo influye la Tecnología en el Impacto

En Constant Battles, el arqueólogo Steven LeBlanc nos muestra el modo en que opera la Tecnología en la ecuación I=PAT.2 La Tecnología puede aumentar la capacidad de carga, permitiendo que crezcan tanto la Población como la Opulencia. Si nos paramos a pensarlo, esta es la verdadera saga del Hombre, no sólo a lo largo de los últimos cincuenta mil o más años de existencia del Homo sapiens, sino incluso mucho antes, con los anteriores Homos, tal y como LeBlanc muestra excelentemente en Constant Battles. A pesar de que la Tecnología puede ampliar la capacidad de carga no suaviza el Impacto. Lo incrementa. De nuevo, esta es la verdadera historia del Hombre. Un paso tecnológico “adelante” aumenta nuestra capacidad de carga. Entonces la Población y la Opulencia crecen hasta que tropiezan con la nueva capacidad de carga. Suceden cosas malas hasta que en la Tecnología aparece un nuevo avance, que de nuevo aumenta la capacidad de carga. Y así sucesivamente. Sin embargo, una capacidad de carga más alta para el Hombre significa que causamos un Impacto mayor en los seres salvajes.

Este ciclo ha estado funcionando desde antes de que fuésemos Homo sapiens, al menos desde los Homo heidelbergensis, los antepasados tanto de los neandertales como nuestros. Incluso podría retrotraerse a los Homo erectus o ergaster. Veamos cómo podría haber ocurrido.

Durante mucho tiempo, el tamaño de las poblaciones de nuestros antepasados fue mantenido pequeño por la depredación. Éramos comida para gatos. Probablemente una comida para gatos muy fácil de atrapar. A medida que fue mejorando nuestra habilidad para lanzar piedras, tallar guijarros y, luego, blandir lanzas de madera y dominar el fuego, nos fuimos convirtiendo paulatinamente en una presa más difícil y nuestra población creció. Cuando los Homo sapiens, como los cromañones, llegaron a Europa, su mejor kit de herramientas, que les permitió ser mejores cazadores de grandes presas, aumentó su capacidad de carga por encima de la que los neandertales probablemente tuvieron. Una mejor organización social, microlitos, agujas de coser, anzuelos, propulsores, arcos y flechas, la inclusión de perros en las bandas y otros pasos “adelante” en los cazadores-recolectores hicieron que el ciclo diese otra vuelta más. Los avances tecnológicos elevaron la capacidad de carga, hicieron crecer la Población y la Opulencia y tuvieron un mayor Impacto en los seres salvajes.

El ciclo saltó a un nuevo nivel mucho más alto con la vida sedentaria, el almacenamiento de grano, el tejido, la cerámica y la domesticación del trigo, las judías, las cabras, las ovejas, los cerdos y el ganado vacuno. El reconocido paleoantropólogo Niles Eldredge del Museo Americano de Historia Natural escribe, “El impresionante crecimiento de la población tras la invención de la agricultura sólo puede significar una cosa, que los primitivos límites al … crecimiento fueron eliminados. No es que simplemente nos hiciésemos mejores a la hora de obtener el sustento de los ecosistemas: en realidad dejamos de hacer eso … para dedicarnos a la agricultura”.3 Luego vinieron el cobre, el bronce y el hierro, el regadío, la rueda y las ciudades.

Si se me permite enredar con la ecuación de Ehrlich y Holdren, esta verdadera saga del Hombre sucedió así: Tecnología más avanzada = mayor Capacidad de carga = Población y Opulencia más elevadas = Mayor Impacto en los seres salvajes: HT=HCC=HP+HA=HI.[iv]

Casi todo el mundo, incluso los miembros del movimiento para la estabilización de la población, parece ver el problema del crecimiento de la población sólo como un problema moderno o, como mucho, como un problema que surgió con la aparición de los primeros estados. En Constant Battles Steven LeBlanc y su esposa, Katherine Register, echan abajo ese mito del Buen Salvaje. En este libro, LeBlanc se vale de pruebas procedentes de la primatología, la antropología biológica, la paleoantropología, la arqueología, la historia y la etnología para mostrar que los interminables derramamientos de sangre y guerras, tanto entre distintos grupos humanos como dentro de ellos, proceden del hecho de rebasar la capacidad de carga como resultado del crecimiento de la población.[v]

Nunca ha habido grupos humanos que hayan vivido en armonía ecológica con su entorno o que hayan sido sostenibles durante mucho tiempo. A medida que crecía su tamaño, sobreexplotaban la tierra y los recursos silvestres de sus alrededores, lo cual les llevaba a devastar su hábitat y provocaba un aumento de la probabilidad de hambrunas e inanición. Cuando esto sucedía, comenzaban las luchas por los recursos con los vecinos y se llevaban a cabo guerras que duraban muchos años a causa de la competencia por los escasos recursos.

En cada peldaño de la escalera del crecimiento de la complejidad cultural, las tecnologías nuevas aumentaban la capacidad de carga de la tierra (y del mar), lo cual acarreaba mayores poblaciones y daños ecológicos más profundos. Desde la aparición del Hombre conductualmente moderno hace unos cincuenta mil años y nuestra expansión por el resto del mundo más allá de África, ésta ha sido nuestra historia. No importa cómo “progresen” las culturas a través de las diferentes etapas, desde las bandas cazadoras-recolectoras hasta los estados modernos, pasando por las tribus, las jefaturas y los reinos, aunque los avances tecnológicos en cada paso aumenten la capacidad de carga seguimos sobrepasándola. Ahora hemos llegado al final de ese camino. Hay tanta gente engullendo tanto que nuestros residuos de dióxido de carbono, metano, hollín y otros gases de efecto invernadero están cambiando la composición de la atmósfera y, por tanto, perturbando el clima y acidificando los mares, lo cual mata los arrecifes de coral y otras formas de vida del océano. Con siete mil millones de personas y creciendo, hemos sobrepasado la capacidad de carga de la atmósfera y de los océanos para absorber y mantener nuestros residuos en un nivel inocuo.

De nuevo, puede que hayamos llegado al final del ciclo. Un desastre –mayor que todos los ciclos anteriores- nos amenaza.

La huella ecológica

Entre la gente que trabaja para disminuir el Impacto, hace mucho que hay una separación entre los que piensan que necesitamos estabilizar, y luego reducir, la Población y los que piensan que necesitamos reducir el derroche (la Opulencia). La verdad es que necesitamos detener y reducir ambas, la Población y la Opulencia. Reducir la Opulencia no puede funcionar sin disminuir la Población.

Hay un modo ingenioso de encuadrar el Impacto al que hemos llamado la “Huella Ecológica” individual. Sin embargo, tiene las mismas limitaciones y debilidades que la capacidad de carga en el sentido de que sólo mide nuestro Impacto en los recursos de la Tierra que sirven para mantener al Hombre en el modo de vida al que nos hemos acostumbrado.[vi] En From Big to Bigger, un gran informe que trata sobre la inmigración masiva y la Huella Ecológica, Leon Kolankiewicz define ésta última así:

La Huella Ecológica es una medida de la suma de las exigencias humanas, o de las cargas humanas, impuestas a la biosfera o “ecosfera”. A fin de cuentas, la economía humana, toda la producción y consumo de bienes y servicios, depende completamente del capital natural de la Tierra –los suelos cultivables, los bosques, los campos de cultivo, los pastizales, los caladeros pesqueros, el agua y el aire limpios, la atmósfera, la capa de ozono, los combustibles fósiles y los minerales- que lleva a cabo los servicios ecológicos y aporta los materiales y las “fuentes” de energía y los “sumideros” de residuos que mantienen la civilización.4

Aquellos que ven la Opulencia/consumo como la clave usan la Huella Ecológica como criterio para reducir su Impacto mediante cambios en el estilo de vida. Estos cambios incluyen:

· Conducir menos/comprar un coche que consuma menos/usar el autobús, la bici o caminar.

· Comprar comida cultivada en las cercanías/comer alimentos ecológicos/cultivar su propia comida/comer a un nivel más bajo en la cadena trófica.

· Reformar su casa para que sea energéticamente más eficiente/vivir en una casa más pequeña/compartir la vivienda.

Todos los pasos anteriores y otros similares son buenos. Necesitamos llevarlos a cabo, al menos algunos de ellos, en la medida que podamos. Los estadounidenses pueden reducir sus huellas haciendo recortes, pero como el profesor de filosofía, Philip Cafaro, y el biólogo de la fauna salvaje, Winthrop Staples, del estado de Colorado, señalan en su destacado artículo, “The Environmental Argument for Reducing Inmigration to the U.S.”, los estadounidenses no van a dejar de consumir demasiadas cosas. Los japoneses y los europeos occidentales viven bien pero, en comparación, son más ahorrativos con la energía y tienen huellas menores que los estadounidenses y los australianos. Cafaro y Staples dicen que deberíamos reducir nuestro consumo hasta el nivel en que se halla el de los japoneses y los europeos, pero “a menos que se produzca un iluminación universal o una catástrofe terrible”, recortarlo hasta el nivel de vida de los mejicanos o –¡santo cielo!- de los nigerianos o los bengalíes, “no son opciones políticas viables”.5 En otras palabras, podemos reducir nuestra huella por persona, pero no lo suficiente para la sostenibilidad generosa, que Cafaro y Staples definen como “(1) crear sociedades que dejen suficientes recursos naturales para que las generaciones humanas del futuro vivan buenas vidas; y (2) compartir el paisaje generosamente con los seres no humanos”.6

De ahí se desprende que no tenemos otra opción que estabilizar y reducir nuestros efectivos. De otro modo, perderemos cada vez más tipos de otros seres vivos en nuestros paisajes. Cualquiera que crea que podemos doblar o triplicar la población de los Estados Unidos sin aniquilar nuestra flora y fauna ni arrasar nuestras últimas tierras salvajes, está en las nubes, no en el mundo real donde tenemos que compartir nuestro vecindario con las demás criaturas si queremos conservarlas sanas y salvas.

He aquí algunas buenas investigaciones y análisis que muestran claramente que para reducir nuestra huella hemos de reducir nuestra población.

Expansión

En los EE.UU., la expansión urbana y suburbana pisotea y mata la vida salvaje a lo grande. Por ejemplo, en los veinte años que transcurrieron entre 1970 y 1990 en los cien mayores núcleos urbanos de EE.UU., se perdieron más de nueve millones de acres[vii] de tierras salvajes o de cultivo debido a la expansión. En su estudio, Weighing Sprawl Factors in Large U.S. Cities, Leon Kolankiewicz y Roy Beck hacen un detallado repaso de las cien ciudades de los EE.UU. que ocupan más superficie para descubrir si la causa clave de la expansión de cada una de ellas era el crecimiento de la población o, más bien, la tendencia a construir mayores casas y jardines. La creencia popular sostiene que son los niveles de vida elevados los que promueven la expansión y que el crecimiento de la población juega sólo un pequeño papel. Sin embargo, no fue esto lo que Beck y Kolankiewicz descubrieron.

Kolankiewicz y Beck identificaron dos tipos principales de crecimiento urbano: el crecimiento per cápita y el crecimiento de origen poblacional. El crecimiento per cápita es debido a las casas y terrenos mayores y se ve influido por las políticas fiscales, urbanísticas y de transporte, mientras que el crecimiento de origen poblacional es debido a la aparición de más cuerpos. Vistos en conjunto, los dos estaban casi a la par en lo que respecta a la expansión urbana que provocaban, aunque el crecimiento de origen poblacional resultó estar un poco por encima.

Durante años el mantra en el Oeste de los EE.UU. ha sido: “No queremos ser otra Los Ángeles”. Hemos considerado a L.A. como la reina de la expansión. Sin embargo, como Kolankiewicz y Beck señalan acerca de L.A., “Ninguna ciudad de Estados Unidos puede aportar un modelo mejor de cómo intentar restringir la expansión mediante la canalización del crecimiento de origen poblacional hacia asentamientos cada vez más densos, tanto en el núcleo urbano como en los suburbios”. Lo crean o no, desde 1970 las restricciones al uso del terreno han convertido la gran área metropolitana de L.A. en el paisaje urbano más densamente poblado de los EE.UU., con sólo 0,11 acres por habitante. Los suburbios de la ciudad de Nueva York tienen “sólo un sesenta por ciento de la densidad poblacional de L.A.”. Y aun así, L.A. se ha expandido debido al crecimiento de origen poblacional.

Kolankiewicz y Beck profundizaron en el estudio de las cien ciudades más extensas de los EE.UU. de 1970 a 1990 y calcularon el porcentaje de aumento o pérdida de población y la superficie por cada habitante. Entonces calcularon el crecimiento de cada ciudad en millas cuadradas[viii] y en porcentaje respecto al área del principio. De ahí, “obtuvieron” los porcentajes de la expansión debidos tanto al crecimiento de origen poblacional como al consumo de terreno per cápita.

Detroit estaba en el lugar decimoctavo en cuanto a superficie, con una pérdida de población del 6,9 por ciento y un crecimiento del 37,9 por ciento en lo que respecta al consumo individual de terreno. Así que, si calculamos los porcentajes de expansión, un cero por ciento era debido a la población y un cien por cien era debido a un aumento en la cantidad de terreno ocupada por cada habitante. Los Ángeles estaba en el sexto lugar en cuanto a superficie, con un aumento de población del 36,5 por ciento y un descenso del consumo de terreno per cápita del 8,4 por ciento. Calculando su expansión, obtenemos que un cien por cien era debido a la población y un cero por ciento era debido a la cantidad de terreno que ocupaba cada habitante. La ciudad en que yo [Foreman] vivo, Albuquerque, está en el puesto cuarenta y cuatro en cuanto a superficie, con un crecimiento de población del 67,1 por ciento y un aumento del 18,1 por ciento en lo que respecta al consumo de terreno por habitante. Cuando se calculan los porcentajes de expansión, el 75,5 por ciento de la expansión es debido al crecimiento demográfico y el 24,5 por ciento a una mayor huella individual en lo que respecta al consumo de terreno habitado.

En general, Kolankiewicz y Beck descubrieron que, de 1970 a 1990, el 50,9 por ciento de la expansión fue debido al crecimiento de la población y un 49,1 por ciento fue debido al consumo de terreno per cápita. Lo que descubrieron es impepinable: el “crecimiento inteligente”, incluso si se aplica tan bien como en Los Ángeles, no puede frenar la expansión por sí mismo. La conclusión:

Sólo si también se para el crecimiento poblacional se podrá parar la expansión de los nuevos suburbios sobre los campos de cultivo fértiles y las tierras salvajes.7

La realidad –ninguna de las Siete Heridas Ecológicas[ix] podrá ser curada sin primero estabilizar y luego reducir la población. Con una población aumentando sin fin:

No seremos capaces de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

No podremos conseguir aire y agua limpios para que la gente respire y beba.

No seremos capaces de asegurar que los demás seres vivos que entraron en el siglo XXI con nosotros duren hasta el siglo XXII.

Bienvenidos al mundo real.

La paradoja de Jevons

Durante algún tiempo nos han estado diciendo que si cada uno de nosotros reduce su uso de energía, agua, alimento, aparatos, coches y millas conducidas, la carga total de todas esas cosas sobre la Tierra menguaría y las materias primas durarían más. Sin embargo, unos pocos hemos sabido siempre la verdad: que eso simplemente no es cierto.

A finales de la Guerra de Secesión (1865), un economista llamado W. Stanley Jevons escribió un libro acerca del carbón y de cómo éste estaba siendo usado más eficazmente en las máquinas a vapor. En The Coal Question escribió, “Es una confusión de ideas suponer que el uso económico de combustible es equivalente a una disminución en su consumo. Lo cierto es lo contrario”. Más de cien años después, dos economistas, Daniel Khazoom y Leonard Brookes, también se enfrentaron a la “Paradoja de Jevons”. En su artículo, “The Specter of Jevons’ Paradox”, Jeff Dardozzi señala, “Afirmaron que una eficiencia mayor paradójicamente conduce a un aumento en el consumo total de energía”. A medida que más investigadores han estudiado esta paradoja, se ha ido viendo cada vez más que es implacable. Earthscan, una editorial de libros y publicaciones sobre el cambio climático, el desarrollo sostenible y la tecnología medioambiental, publicó un libro completo acerca de ella. The Jevons’ Paradox and the Myth of Resource Efficiency Improvements repasa la historia de esta desconcertante verdad y los estudios que prueban su validez.

Dardozzi escribe, “El segundo efecto resultante de las mejoras en la eficiencia es que cuando uno ahorra dinero normalmente lo gasta en alguna otra parte del sistema de producción y esto se traduce en un aumento del consumo de energía y de recursos”. Tomemos por caso mi ciudad, Albuquerque, donde en los vecindarios más antiguos se da la lata a los residentes para que ahorren agua. Sin embargo, reducir el agua consumida en regar el jardín, en bañarse y en la cisterna del inodoro no significa que Albuquerque chupe menos agua del subsuelo o del Río Grande. Lo que significa es que así hay “más” agua para construir nuevas viviendas en la creciente parte oeste de la ciudad o para establecer nuevas industrias. En otras palabras, las personas que han vivido en una casa durante cincuenta años deberían dejar morir de sed sus melocotoneros para que un constructor pueda usarla para hacer nuevas casas y para que los compradores de esas casas puedan venir a vivir a Albuquerque. Tal como dice Blake Alcott, un economista ecológico, acerca de este giro que se está produciendo en todo el mundo, “[D]ados los mercados globales y los consumidores marginales, el hecho de que una persona deje de usar algo permite que otra persona lo use”. O dicho de otro modo, en los EE.UU. podemos reducir nuestro uso del automóvil, pero el petróleo que no quememos será usado gustosamente por todos los nuevos propietarios de automóviles de la India y China.8

La Paradoja de Jevons también actúa en lo referente al alumbrado. Echa abajo la en su día esperanzadora predicción del investigador de Sandia Labs, Jeff Tsao. En 1999, Tsao escribió un informe oficial que mostraba que si las bombillas convencionales eran sustituidas por bombillas de estado sólido, “La cantidad de electricidad consumida a nivel mundial descendería en más de un diez por ciento”. Diez años después, sin embargo, Tsao descubrió la Paradoja de Jevons y cómo ésta actúa sobre el alumbrado. El articulista científico del Albuquerque Journal, John Fleck señala, “A medida que la iluminación se fue haciendo más eficiente –desde las velas a las luces eléctricas, pasando por el keroseno y el gas- lo que la gente quiso fue más luz, no usar menos energía”.9

Con la Paradoja de Jevons en acción, ¿de qué deberíamos preocuparnos? De que los ingenieros nos ofrezcan fuentes de energía verdaderamente baratas, infinitas y limpias. ¿Por qué? Porque nada arruinaría la Tierra salvaje más rápido y más completamente que una energía limpia y demasiado barata como para preocuparse de medirla. Esto también permitiría que la población creciese aún más.

¿Cuál es la forma de escapar de la Paradoja de Jevons? Primero estabilizar la población y, después, reducirla.

El legado de carbono

Son muchas las personas que quieren reducir su huella ecológica. Sin embargo, mucha gente no se da cuenta de que el modo en que más se reduce esa huella es teniendo menos hijos o ninguno. La investigación llevada a cabo por el profesor de estadística Paul Murtaugh y el profesor de ciencia oceánica y atmosférica de la Universidad Estatal de Oregon Michael Schlax, muestra que los hijos aumentan enormemente el tamaño de la huella de carbono de las personas. The New York Times informa de que, “Si tomamos, por ejemplo, a una hipotética mujer estadounidense que cambie su coche por uno con un consumo de combustible más eficiente, conduzca menos, recicle, instale bombillas más eficientes y sustituya su frigorífico y sus ventanas con otros modelos que ahorren energía, los investigadores han descubierto que si tiene dos hijos su huella de carbono acabará siendo casi cuarenta veces mayor que la que haya evitado con dichas acciones.10

Cuarenta veces.

Murtaugh y Schlax publicaron su investigación en la publicación científica, Global Environmental Change.11 Para calcular el “legado de carbono de un individuo”, observaron cuántos hijos, nietos, etc., tenía e hicieron una “fórmula de medida” expresando el Impacto de cada descendiente en función del grado de parentesco. En sus propias palabras, “Es decir, un progenitor es responsable de la mitad de las emisiones de sus hijos, de un cuarto de las emisiones de sus nietos, y así sucesivamente”. También calcularon cuánto podría alguien reducir su emisión de carbono llevando a cabo seis cambios en su modo de vida y descubrieron que eran unas 486 toneladas métricas de CO2 para el tiempo de vida de una mujer estadounidense media. Pero los legados de carbono de cada hijo nacido, teniendo en cuenta las emisiones en tres escenarios diferentes, resultaron ser de entre 9.441 y 12.730 toneladas. En otras palabras, no tener hijos, reduce el legado de carbono de una mujer veinte veces más que llevar a cabo seis cambios en su modo de vida. Lo que Murtaugh y Schlax han descubierto es, en esencia, que frente a la decisión de no tener un hijo todos los demás cambios “verdes” en el modo de vida, tomados en conjunto, parecen insignificantes.

Murtaugh y Schlax han mostrado hábilmente el peso de P en I=PAT. Murtaugh señala que sus “calculos son aplicables a otros impactos medioambientales además de las emisiones de carbono –por ejemplo, al consumo de agua dulce, la cual muchos consideran que ya está escaseando”.12 Sus pasos pueden ser seguidos por estudios que midan la Población y la Opulencia, así como otras de las formas en que dañamos la vida en la Tierra.

Estos estudios y análisis coinciden en que no podemos reducir el Impacto reduciendo solamente la Opulencia. La Población es el factor más importante en I=PAT. Probablemente tenga más peso en I=PAT que la Opulencia. Piensen en él del siguiente modo: los estadounidenses tienen la mayor Huella per cápita del mundo debida a la Opulencia. Por tanto, cualquier crecimiento de la población en los EE.UU. supone un crecimiento de esa Huella de Opulencia. El crecimiento de la Población en los EE.UU. hace más daño al mundo que el crecimiento demográfico en cualquier otro lugar, debido a nuestra exagerada Opulencia.

El mundo no puede permitirse más estadounidenses.