La ciudad, desde sus orígenes, se constituye como algo separado y segregado de su entorno. La urbe es un polo que atrae y un foco irradia algún tipo poder (poder militar: la ciudad ciudadela; poder eclesiástico: la ciudad templo; poder político: gobiernos, parlamentos; poder económico: las bolsas, las cities, el mundo financiero). Sin embargo, nos puede pasar un poco más desapercibido que la ciudad también ejerce un poder cultural clarísimo. En la ciudad es donde ha solido recaer el poder para denominar las cosas, para designarlas, para describirlas, para interpretarlas, para hacer que existan o no existan.
Ciudad y campo son dos términos que, como tantos otros, tienden a vaciarse de contenido debido a la cantidad de realidades distintas que quieren designar. Si los tomamos de de forma esquemática se podría pensar que son, en principio, conceptos claramente antagónicos, que se definen por su mutua exclusión. Pero si dejas a un lado estos conceptos ideales y bajas a ras de tierra, es evidente que en todas las épocas de la historia la membrana que separa ambas esferas ha sido muy permeable. Las relaciones han sido múltiples y se han retroalimentado, aunque –desde una reflexión de trazo grueso- se podría decir que la cultura urbana ha colonizado finalmente el conjunto del territorio. En los distintos medios rurales que podamos llegar a conocer identificamos claramente una serie de procesos o tendencias que inequívocamente nos están diciendo que lo urbano ha llegado a todos los rincones:
1) Desde una perspectiva económica en el medio rural hasta hace unas cuantas décadas la esfera productiva y reproductiva eran algo totalmente indesligable. Actualmente, sin embargo, las gentes de los pueblos en su mayoría van de casa al trabajo y del trabajo a casa y como dos ámbitos totalmente separados.
2) Una visión tópica nos diría que en el campo interactuamos mucho más con el entorno por la dependencia que tenemos de los recursos naturales y de los ecosistemas locales, mientras en la ciudad todo nos viene importado y excretamos lo que nos sobra. Sin embargo, en el mundo rural también una tendencia clara a que sean cada vez menos los recursos locales que se utilizan en el entorno cotidiano.
3) La misma cosmovisión o la forma de relacionarse con el mundo en los pequeños pueblos resulta cada vez es más indistinguible de las formas de relación urbanas, en el sentido de que la relación con el mundo proviene en buena medida de un flujo de información común (TV, internet). El mundo, por tanto, no queda tan lejos.
4) La figura de los flâneurs1 rurales. Un flâneur es «un ser indolente y pusilánime que, a diferencia de su homólogo del siglo XIX, difícilmente puede esperar nada intresante o imprevisto de su deriva cotidiana. Desprovisto de una multitud en la que zambullirse y enfrentado a un plano fijo que conoce de memoria, el flâneur rural transita inevitablemente del descanso ocioso al aburrimiento más entumecido»2.
Espacio marginal
El medio rural se configura además como espacio urbano marginal. Esto se da por un lado en un sentido geográfico, por su ubicación en las periferias de las ciudades, como algo que queda fuera. Por otro lado, también es marginal en cuanto a la falta servicios o al agravio comparativo con respecto a la ciudadanía urbana (a que distancia tengo la escuela o el centro de salud, los trámites burocráticos, etc.)
Por otro lado, también es un espacio a disposición de las necesidades o de las veleidades de la ciudad (ej. instalación de nocividades que no se quieren tener en medio de la ciudad), pero también como espacio de ocio donde expandirse o proyectase a uno mismo durante el fin de semana gozando de esa especie de parque temático de paisaje en el que se está convirtiendo lo rural.
Además, el espacio rural (todo esto dicho grosso modo, como tendencia) es culturalmente heterónomo, los pocos rasgos de la cultura local cada vez más se están convirtiendo en una especie de folclore circense al servicio del goce de los visitantes foráneos. El hecho de que las actividades agrarias hayan dejado de ser el eje sobre el cual pivota todo lo social, cultural, económico del territorio hace cambiar la concepción de lo que hasta hace unas décadas era la cultura rural, entendida no tanto como producción de expresiones artísticas o de cultura popular, sino en su sentido más antropológico. En este sentido, la cultura y la actividad agraria eran indesligables. La cultura campesina surgía y vivía de la actividad económico-ecológica cotidiana. Esto es algo que, sin embargo, está desapareciendo de forma masiva hasta en las zonas más rurales más alejadas de los grandes polos urbanos. Es un hecho, por tanto, que las actividades agraria y ganadera son ya minoritarias respecto al sector servicios incluso en las propias zonas rurales.
Abandono y artificialización
La despoblación y el hundimiento demográfico de determinadas zonas (ej. zonas de montaña) es una de las caras a las que ha llevado la modernización y la industrialización agrarias. Una es esta, la de los territorios que se han caído del tren de la modernización y son arrastrados por la rueda del abandono y de la depresión colectiva. La otra cara de la moneda la representan la artificialización y la industrialización de las actividades agrarias3.
Decía el antropólogo francés Pierre Clastres: «El genocidio mata a los pueblos en sus cuerpos y el etnocidio los mata en su espíritu». En el caso del mundo rural podríamos hablar de un etnocidio silencioso.
A mi me interesa relativamente poco todo el tema de las definiciones, de qué es o qué no es un campesino o una campesina. La gente de las universidades durante muchos años han dedicado horas y páginas y páginas a hacer definiciones sobre qué es el campesinado. Hay autores que afirman que hablar de la desaparición del campesinado en Europa sería ofrecer una visión bastante esencialista del concepto de campesino. Abogarían más por afirmar simplemente que lo que los campesinos han hecho es adaptarse a las nuevas situaciones y, desde esta perspectiva, apelarían a la resistencia, al diseño de nuevas estrategias, al conflicto, etc.
Por otro lado, en los entornos agroecológicos se ha puesto bastante de moda el concepto de la recampesinización, sobre todo de la mano del holandés Jan Douwe Van der Ploeg, un autor que es bastante desconocido fuera del entorno agroecológico académico. En este sentido, se habla de recampesinización para referirse a lo que están haciendo los productores ecológicos o del entorno agroecológico o incluso, dentro de lo que la agricultura convencional, a todo lo que es la extensión de los circuitos cortos. En este sentido, recampesinización designaría a toda la batería de propuestas y de proyectos que se plantean desde nuestros entornos para buscar nuevos modelos de desarrollo rural, un poco como bandera y como gancho.
En mi opinión, sin embargo, no hay ninguna duda de que el campesinado ha desaparecido en Europa, y ello ocurre en algún momento del siglo XX. Es cierto que hay gestos, rasgos, dejes, tics o maneras de hacer campesinas todavía hoy en día, en la gente mayor que ha nacido en el mundo campesino, en cómo hacen y entienden el mundo, en las cosas que dicen, podemos detectar un montón de rasgos campesinos, pero esos rasgos proceden de un mundo que ya no existe. Y si ese mundo campesino ha desaparecido es sobre todo por la modernización agraria, no tanto por el despoblamiento.
A mi, por tanto, me cuesta mucho llamar campesinos a gente que ya no vive en ese mundo. Y además de esta realidad que ya ha desaparecido en Europa y de la que hablamos en pasado, es probable que, si tal como van las cosas y no cambian mucho las tendencias, probablemente dentro de unas cuentas décadas se podrá también hablar en pasado sobre el mundo campesino de América Latina, de África y de Asia. Es decir, el proceso de modernización, de industrialización agraria es galopante. Así lo ratifican los datos que van sacando distintas organizaciones y grupos de investigación de referencia. En «Mundo clausurado» comento que en la actualidad y a escala mundial la pequeña producción agraria familiar solo ocupa el 25% de las tierras cultivadas. Esta transformación se da a través de procesos como el acaparamiento de tierras, los grandes monocultivos, etc. En este sentido, quizás uno de los casos más conocidos es el de la denominada República Unida de la Soja (Bolivia, Paraguay, Uruguay, Argentina), con un mar de la soja transgénica. Dentro de esta dinámica es posible que en 30, 40 o 50 años hayán desaparecido igualmente muchos mundos campesinos en la periferia.
A la hora de referirme a la gente que trabaja en los modernos entornos rurales, prefiero hablar de agricultores y ganaderos, o de empresarios de distintos perfiles y con más o menos rasgos campesinos para diferenciarlos de los campesinos tradicionales. Es muy probable incluso que si las cosas van por donde parece que van, también éstos irán en descenso, porque la agricultura y la ganadería no solo desaparecen en las tierras que se abandonan, sino que parece que las zonas que más han respondido y están respondiendo al callejón sin salida y a la huida hacia delante de la industrialización de la agricultura, también se encuentran amenazadas.
En esta doble tendencia, las gentes de las zonas que no han sido capaces de mantener el pulso de las exigencias de la competitividad han cerrado la persiana, ya sea para irse a vivir a la ciudad, o para trabajar en el bar del pueblo, o para llevar a turistas a dar vueltas con el caballo, o lo que sea.
En las zonas que están todavía consiguiendo aguantar el tirón, se puede intuir el fin de la agricultura, sobre todo si miramos a alguna de las prácticas más punteras que se están dando en este terreno. Ello hasta el punto de que a esas actividades agrarias cada vez cuesta más denominarlas como agricultura o ganadería, como si el binomio agricultura industrial se hubiera segregado y ya no habláramos de agricultura industrial, sino de una actividad industrial de producción de materias comestibles.
Por ejemplo, si pensamos la agricultura a nivel de metabolismo social, en un ecosistema la energía solar es la fuente neta de energía que reciben las plantas, la cual a través de la fotosíntesis pasa a las cadenas tróficas. La única fuente neta de energía endosomática que existe en la biosfera se da, por tanto, a través de la fotosíntesis. Entonces, en el caso del metabolismo de los ecosistemas humanos la fuente neta de energía era la agricultura en las sociedades tradicionales. Por eso, algunos autores hablan de sociedades de base solar u orgánicas en el sentido energético. Sin embargo, en la actualidad en algunos cultivos de los más tecnificados, en lo que se refiere al balance energético, (cuántas kilocalorías o kilojulios gasto para producir tantas kilocalorías de alimentos), ya se está dando un balance negativo, es decir, se gasta más energía en producir los alimentos que la propia energía que estos proporcionan. Aunque esto no ocurre todavía con todos los alimentos, si esta característica de la agricultura que es la de ser fuente neta de energía del metabolismo social ya se está perdiendo en algunos casos, entonces, ¿a eso se le puede llamar agricultura?
Otra cuestión sería la cuestionar si hoy en día a través de la alimentación se está garantizando nuestro bienestar somático. Sabemos que la principal fuente de ingesta de productos tóxicos en nuestro organismo se produce a través de los alimentos. De esta forma, si hasta hora la agricultura y la ganadería eran actividades cuyo principal objetivo era mantenernos vivos y más o menos a gusto, por no hablar de saludables, nos encontramos con otro rasgo propio de la agricultura que ha entrado en crisis, pasando a ser en buena medida una fuente de enfermedad mental y somática.
La agricultura, la ganadería y la actividad forestal eran el principal vínculo de las sociedades humanas con su territorio. En un contexto de desagrarización vemos que estos procesos ocurren cada vez más dentro de invernaderos, dentro de unos espacios a las que se podría llamar granjas, con silos gigantes y edificios hormigonados con vacas en su interior.
A ello se añade que la actividad agraria ha sido el principal factor de conformación de los paisajes, que tienen un efecto identitario sobre nosotros mismos. Aquí también se produce una ruptura, en el sentido de que hoy no hay ningún tipo de reivindicación vernácula o identitaria frente a un invernadero de Almería o una granja intensiva de pollos en Brasil, con lo que se rompe de esta forma cualquier rasgo de diferenciación que pudiera haber entre los territorios.
Por eso, y para terminar planteo la pregunta de si quizás la agricultura industrial no ha sido una fase de transición entre la agricultura campesina y la producción industrial de materias comestibles para un mundo clausurado.
NOTAS:
1. El término flâneur procede del francés, y significa ‘paseante’, ‘callejero’. La palabra flânerie (‘callejeo’, ‘vagabundeo’) se refiere a la actividad propia del flâneur: vagar por las calles, callejear sin rumbo, sin objetivo, abierto a todas las vicisitudes y las impresiones que le salen al paso. (fuente: Wikipedia).
2. Cita extraída del artículo: «Escenarios periféricos / Relaciones culturales entre el campo y la ciudad», publicado en la revista «Campo de relámpagos» (accesible en internet).
3. Tema abordado por el autor en «Mundo clausurado», epílogo del libro «Vidas a la intemperie», Ed. Pepitas de Calabaza (2017). (NdE)