[Analisis] Mil motivos para rebelarse, mil pantallas que lo impiden. Sobre la utilización de cámaras en las movilizaciones
Hace ya unos años unas cuantas personas implicadas en los movimientos sociales de Cantabria recibieron una notificación de que estaban imputadas por participar en un escrache al entonces presidente de Cantabria Ignacio Diego.
El 17 de Febrero de 2015, día del escrache, no hubo tantas identificaciones como imputaciones posteriores. Esto quiere decir que estas personas fueron llevadas a juicio mediante la identificación visual. Aunque en el campus universitario de la UC hay cámaras de videovigilancia, sin duda muchas de las imágenes grabadas en aquella acción no fueron captadas por éstas, sino de las propias manifestantes.
Afortunadamente, las personas imputadas ya no tienen nada que temer al respecto, pues han sido absueltas. Sin embargo, la lógica de fotografiar, grabar, retransmitir y divulgar todo cuanto hacemos y cada uno de nuestros movimientos en manifestaciones, concentraciones y otras acciones de diverso tipo está integrada hasta la médula en militancias y/o activismos varios. Por ello parece importante poner de ejemplo el caso represivo de “Preguntar No Es Delito” por las graves consecuencias que tuvo para quienes lo vivieron en primera persona. Sin embargo, cualquier acción actual podría servir para abordar esta cuestión.
Si bien el contexto desarrollado e hipertecnologizado que vivimos impone unos medios y unas formas de hacer concretas, la apropiación acrítica de estos medios por parte de los movimientos que quieren subvertir el orden social, (si es que quieren subvertirlo) nos parece una carencia y/o un punto que señalar.
Si nos retrotraemos a antes del 2015 e incluso antes del 2011, época del 15M, momento culmen en esta práctica de retransmitir la calle en Internet a través de las inexplicablemente llamadas “redes sociales”, no era tan raro encontrar manifestaciones en Cantabria con una cultura de la seguridad caracterizada por llevar rostros encapuchados y cortar a quienes se ponían a grabar. El hecho de que estos ejemplos no sólo tuviesen como causa ese cuidado consciente frente a la represión, sino otros factores como el estético, es otro tema a parte que no invalida el primero. La cuestión es que por lo menos existían muestras de una conciencia de lo que puede suponer la represión e intenciones de ponerlo un poco más difícil a quienes se encargan de llevarla a cabo.
Pero nuestro presente se ha mediatizado hasta tal punto de que está dejando de existir como tal. Hablamos de manifestaciones antifascistas con cámaras por todos lados con los rostros de sus participantes; de concentraciones contra desahucios en el que hay más periodistas y flases que personas solidarias con la causa; marchas con vídeos en los que se escuchan hasta las conversaciones informales del recorrido; debates a disposición de cualquiera que quiera, sin necesidad de habitar el espacio en el que se llevan a cabo; y un largo etcétera de sinsentidos en la mayoría de las veces probablemente bienintencionados, pero no por ello exentos de responsabilidad frente a lo que implican.
Algunos de los motivos por lo que creemos que esto pasa son:
La dependencia de la opinión pública y la prensa:
Muchas personas empiezan a politizarse bajo el paraguas de la música y la cultura. Muchas canciones protesta hablan de los medios de desinformación, de la manipulación, de los intereses que mueven a los Mass Media, del periodismo mercenario, etc. Sin embargo, la crítica no suele pasar del victimismo y aunque nos manipulen, la entrega y dependencia en las dinámicas militantes y/o activistas es enérgica. De esta manera, la opinión pública se presenta como una de las formas más eficaces de ejercer el control preventivo de quienes salen a la calle a protestar.
Toda una serie de dinámicas y comportamientos reprimidos para que la prensa hable bien de nosotrxs. Sin embargo, la opinión pública es como un fantasma. Sólo existe cuando la temes, porque en cuanto nos atrevemos a contactar con la gente en la calle, nos damos cuenta que no todo el mundo piensa como la tele dice, que nuestros miedos al rechazo no responden por completo a la realidad y que el pensamiento único no está tan instaurado como a muchxs les gustaría.
Preparamos las cámaras para captar aquellas imágenes que representan aquello que es tolerable por el sistema, aquello que la prensa es capaz de digerir y procesar. La prensa y el temor a sus titulares domestican y homogeinizan nuestras movilizaciones. Incluso cuando algunxs se esfuerzan porque todxs salgamos bien en la foto, no caigamos en provocaciones ni demos una “mala” imagen, tampoco suelen poder evitar que las noticias salgan al día siguiente tachando de vagos, marginales y/o violentxs cuando es necesario.
La obsesión por la cantidad:
Uno de los fines que habitan en los motivos que nos llevan a grabar todo es la obsesión por ser muchxs, o mejor dicho, por aportar esa imagen. La demostración de fuerza no se mide ya en aspectos cualitativos como podría ser el hecho de cumplir los objetivos de una acción, sea cual sea, o el de intervenir de otras formas que no sean la búsqueda de la gran foto, como cortar una carretera para ser más visibles a pesar del número de personas que seamos. Se mide en términos cuantitativos. En función de cuantxs seamos, estaremos más legitimadxs para actuar y si no somos muchxs, aunque no cancelemos la actividad, entonces lo más importante es que las fotos saquen la panorámica que pueda grabar más cabezas por metro cuadrado posible. Eso es lo que el periodismo sabe recabar mejor: lo medible, lo contable. De la misma manera, las cámaras que casi todxs llevamos en nuestros móviles también responden a una lógica del cálculo y las cuentas. La dignidad de una causa la valoramos en función de cuántas personas acuden a un acto. Es el principio demócrata de que la legitimidad lo dictamina la mayoría y algo es legítimo y justo si la mayoría lo ampara. Es así como reproducimos el orden social que decimos querer cambiar.
La ingenuidad ante la represión:
La represión no ocurre únicamente si haces algo que está fuera de los márgenes de la legalidad. La represión opera en el mismo momento en el que no decidimos por dónde, cómo, ni cuándo llevaremos a cabo nuestras protestas. No obstante, aquello que más comúnmente entendemos por represión, a golpe de multas y/o detenciones, no ocurre sin una previa preparación. Quienes no entienden por qué protegerse de las cámaras, pues no comprenden por qué hay que esconderse, están pensando que el poder sólo ejerce su violencia cuando responde a un acto ilegal, así como la prensa sólo contará “malas cosas” cuando no nos esforcemos en aparentar una postura correcta. Al fin y al cabo es como decir que la justicia nos protege y que la prensa nos ayuda.
Sin embargo estamos en la era de las identificaciones visuales y el desarrollo tecnológico de mecanismos de control que permiten encausar y destrozar la vida a personas sin que nadie se entere. Esto sucede gracias al silencio que brinda seleccionar a la futura persona represaliada y no intervenir necesariamente en el acto, de tal manera que no pueda haber una respuesta colectiva inmediata y gestos de solidaridad y rechazo. La carta al buzón o el portazo en la puerta son los siguientes pasos.
El infierno de seres aislados en la virtualidad se refuerza con esta represión medida y discreta, pero también con la continua lluvia de fotos y grabaciones sin criterio que ahorran trabajo a las fuerzas de seguridad y trasladan el campo de batalla de la calle a internet.
Mientras la burbuja de impotencia y frustración se retroalimenta en las “redes” con burlas, insultos y descalificaciones entre contrincantes políticos de distintas ramas ideológicas de derecha a izquierda y más allá, todas esas imágenes utilizadas, sirven de base de datos para la represión en curso.
Como muchos medios que se utilizan hoy en día y a pesar de las contradicciones, las fotos pueden ser útiles en ciertos casos, Dar a conocer una redada racista de la policía, difundir una injusticia para alimentar la solidaridad y la contestación, o demostrar una versión que ayude a defendernos legalmente de lo que se nos acusa (si es que así queremos actuar) etc. Una vez más volvemos a Preguntar No Es Delito para ejemplarizar esta cuestión, ya que una de las pruebas más importantes a favor de lxs compañerxs fue un vídeo llamado “El Subjetivo” hecho por ellxs mismxs para defenderse.
Por ello, la propuesta es no dar las cosas por hecho, no hacer de nuestras acciones reality shows, no utilizar las herramientas acríticamente, tener en cuenta a quién benefician realmente nuestras dinámicas, si a la represión o a la libertad, y actuar en consecuencia.
Fuente: Briega